miércoles, 16 de noviembre de 2011

Los números


Hace unos días, AK, de 6 años, me dijo, muy misteriosa, cuando llegué en la noche:

-Papá, descubrí una cosa

-¡Cuéntamela!

-Cada vez que se acaban los números ¡Dios inventa otro número!

martes, 15 de noviembre de 2011

Los tramposos

Pablo (11 años), Tania (9 años), AK (6 años) y yo volvíamos de la tienda. Pablo y Ak decidieron irse por un camino, y Tania y yo por el otro. Al separarnos, caminábamos lenta y disimuladamente. En cuanto dejamos de ser visibles, Tania y yo corrimos, para llegar primero que ellos. Cuando llegamos, ellos ya estaban ahí, y fingían dormir (gesto que hacemos siempre para expresar que llegamos hace muuucho tiempo). Se dio el siguiente diálogo entre Tania y Pablo:


-¡Tramposos, llegaron primero porque se fueron corriendo!
-¿Cómo lo sabes?
-Porque nosotros también corrimos, y de todos modos nos ganaron...


O_o

lunes, 14 de noviembre de 2011

Tengo un teléfono celular



El mendigo se acercó a nuestro pequeño centro de enseñanza del Internet el 13 de enero de 2010. Su manera de hablar era confusa; probablemente su mente también:


-Tengo un celular ¿verdá? y pus quiero aprender lo del interné, porque tengo que mandar un correo, para quedarme con el celular con todas las de la ley ¿verdá? y quiero ver si ustedes pueden ayudarme. Tengo que mandar un correo y una imagen. Es muy importante-.


Como no olía a alcohol ni parecía drogado, decidimos ayudarle. Lo sentamos en la máquina #7 y le dijimos que entrara al navegador. Cuando nos dimos cuenta de que nunca había tocado una computadora en su vida, le expliqué que necesitaríamos muchas clases para llegar hasta el correo electrónico. Que si era constante, probablemente en menos de un mes ya sabría enviarlos.


-No, no, eso no puede ser ¿verdá? no quiero cargar tanto tiempo con algo que no es mío. ¿Hay modo de que sólo me enseñen a mandar correo?


Le explicamos que no podía ser, que no se puede aprender eso primero, pero ante su cara desolada, le ofrecimos mandar nosotros el correo que estaba pidiendo. Su rostro se iluminó, y prometió aprender todo lo demás si le ayudábamos ya a mandar su correo. Quedamos en que lo mandaríamos desde una de las cuentas del aula, y que él volvería otro día para ver si le respondían.


Se aclaró la voz y empezó a leer, con dificultad, en un pequeño teléfono celular, muy nuevo y caro que sacó de su sucio bolsillo:


-Hay que mandárselo ¿verdá? a una persona que se llama macpip ¡uy, luego esta letra rara que parece una a y una o al mismo tiempo!, y se apedilla otmailcon


Ruiz y yo nos miramos. Como Ruiz es muy bueno para ver patrones donde parece haber ruido al azar, resolvió el problema antes que yo, escribiendo macpip@hotmail.com


-Ora, el mensaje. Primero la introduición, para que la señora no se vaya a espantar: "estimada señora, esto que le pongo abajo ¿verdá? me lo encontré en un celular, por favor, dígame si me lo puedo quedar, y no se olvide de leer el mensaje porque me está costando muncho trabajo que usté lo tenga y espero que le de paz a su alma, y que usté esté muy bien con todo respeto, Poncho el chimuelo"-.


Luego Poncho el chimuelo nos siguió dictando lo que leía en el celular:


"Mi amor:
El capitán del avión nos acaba de decir que un motor falla, y nos vamos a estrellar. No sé si saldré vivo, ni si esto que estoy escribiendo en mi celular te llegará algún día. Pero tengo que intentarlo. He puesto un mensaje en la pantalla, pidiéndole a quien lo encuentre que te mande la última foto que acabo de tomar y este mensaje, a cambio de quedarse con el teléfono. Todo mundo grita y llora en el avión. Yo no, mi vida. No tendría sentido. Mejor te escribo, y te digo que fue muy hermoso conocerte, estar a tu lado todos estos años, que tú le diste a mi alma paz que ahora estoy utilizando. No siento que la vida me deba nada. Sólo lamento no poder volver a mirar tus ojitos. Pero los recuerdo muy bien. Me acompañan en estos momentos. No creas que no tengo miedo, sí tengo. Te prometo que haré lo más que pueda para sobrevivir."


Atónitos, conectamos el teléfono y transferimos al correo la imagen de un hombre de apariencia muy normal, sonriendo y levantando una mano en señal de saludo. A su alrededor todo era caos. El hombre sonreía ante todo eso, seguramente sólo para tranquilizar a macpip.


Después de ese día, Poncho el chimuelo pasó cada día por nuestro centro de enseñanza, preguntando si había respuesta "de la señora macpip". Y además, se quedaba a aprender dos o tres cosas sobre la computadora. Le costaba trabajo sentarse y atender mucho tiempo, pero preguntaba sobre lo que había en la pantalla en ese momento, y al parecer, lo iba comprendiendo. Un mes y medio después, llegó una breve respuesta, de una dama muy agradecida.


Cuando Poncho la leyó, se le iluminó el rostro y nos dijo -Tengo un celular ¿verdad? y he ayudado a esa señora a sentirse bien ¿quién lo hubiera pensado?-.


-Nadie, Poncho, pero tú lo hiciste- le dijimos.


Nos dio gusto que eso sucediera exactamente el mismo día en que Poncho empezó su trabajo de capturista en nuestras oficinas.

sábado, 12 de noviembre de 2011

La manzana de hierro


Ayer tuvimos una buena sesión jugando Rory's Story Cubes con los niños. Tiras los dados y tienes que construir una historia basándote en los dibujos que salgan en las caras superiores. A mí me salió ésta tirada:



Había una vez un abuelo que quería mucho a su nieto. Y su nieto a él. Pero un día, el nieto se enfermó. Los doctores no sabían qué era, no conocían esa enfermedad. Sólo sabían que el niño cada vez estaba más débil. El abuelo le preguntó a las estrellas qué podía hacer, y sintió en su corazón que una de ellas le decía "busca la manzana de hierro, y refleja mi luz en ella, para que la vea tu nieto". El abuelo no había nunca escuchado sobre una manzana de hierro, pero decidió salir a buscarla. Preguntando preguntando en cada pueblo por el que pasaba, se fue acercando más y más al árbol-que-daba-manzanas-de-diferentes-metales. Cuando ya estaba muy cerca, se encontró con que tenía que atravesar un puente para llegar. El árbol se veía justo al otro lado. El abuelo estaba a punto de pisar el puente cuando un pez enorme y con una boca como para tragar abuelos le dijo -si tú pisas MI puente, te comeré de un bocado-.
-Estimado pez- dijo el abuelo -no querría yo pisar tu puente tan bonito y bien construido si no fuera porque necesito una manzana del árbol que está al otro lado. Por favor, permíteme pasar-.
-¡Claro que no!-dijo el pez. -Este puente es sólo mío, MÍO-.
Ante la negativa, el sagaz abuelo no se amilanó. Sacó de su maletín una Caja de Faraday y de ella un imán enorme y potentísimo. Y al hacerlo, la manzana de hierro se desprendió del árbol y voló hacia sus manos. El pez se quedó con la bocota abierta (dicen que desde entonces todos los peces están así, posiblemente porque él se lo contó a todos) y el abuelo pudo volver y reflejar la manzana de hierro en la estrella, lo cual sanó inmediatamente a su nieto.

Una disculpa por las licencias científicas que me tomé en aras de poder terminar el cuento con el último dado.