sábado, 19 de diciembre de 2009

Reseña: El abogado del marciano

El abogado del marciano, de Marcelo Birmajer, por editorial Norma (1997) fue una pequeña sorpresa para mí. Me lo encontré, como tantos otros, rebuscando en una librería de viejo. El planteamiento me interesó leyendo la contraportada, aunque también me pareció sospechoso que el mismo título hablara de marcianos, y no simplemente de extraterrestres. ¿Para que hablar de marcianos humanoides en pleno siglo XXI? Mi mente se remitió rápidamente al Detective marciano que en los años 40 del siglo pasado tenía su propio comic.


El libro no decepcionó; el estilo es ágil y uno se queda al final con la sensación de que valió la pena leerlo, a pesar de dos o tres pequeñas pifias en la continuidad, y un final que no me pareció resuelto de manera satisfactoria. El autor, sin embargo, tenía muchas cosas qué decir y las dice muy bien. El marciano es un pretexto para hablar con un interlocutor que tiene lógicas diferentes, muy al estilo de la interesante película Hombre mirando al sudeste.


Te dejo con un fragmento del libro que me gustó mucho:


"Cierta vez, siendo niño, mi padre me llevó al Ital Park. El Ital Park era un inmenso parque de diversiones, que hace años fue clausurado por accidentarse una niña en uno de los juegos.


En aquella ocasión, mi padre subió conmigo a los autitos chocadores, luego a la montaña rusa y también a las tazas giratorias y a los paraguas voladores. En los paraguas voladores se quedó conversando con la cajera. Mi padre siempre fue mujeriego. Se quedó conversando con la cajera y me dio dinero para que fuera al tren fantasma solo.


Compré la ficha para el tren fantasma y monté uno de los carritos.


Yo tendría nueve años, más o menos. ¿Conocen el tren fantasma?


Es una gruta oscura con muñecos de monstruos enjaulados. El carrito corre a toda velocidad por sobre rieles electrificados y se detiene frente a las jaulas de los monstruos más asustantes. Había una jaula en la que un verdugo le cortaba una y otra vez la cabeza a un condenado. Otra en la que una bruja masticaba un murciélago de goma. Y una más en la que una calabaza iluminada por dentro, con ojos y boca, mostraba unos dientes podridos y lanzaba carcajadas terroríficas. Bien, yo tenía nueve años, estaba sentado en el carrito y mi papá charlaba con la cajera de los paraguas voladores.


En un tramo del tren fantasma del Ital Park, una arañita te rozaba la cabeza. Estaba exactamente preparada para eso. Ni siquiera era una arañita. Era un pedazo de caucho que colgaba del techo a la distancia exacta como para rozarle el pelo a un niño de nueve años.


Cuando la arañita me rozó, fue demasiado. La siguiente vez que el carrito se detuvo junto a una jaula, bajé. Me paré al lado de la jaula del verdugo. Los carritos pasaban junto a mis pies. Me pegué junto a la jaula del verdugo, sabiendo que podía electrocutarme. El verdugo le cortaba una y otra vez la cabeza al condenado.


Caminé pegado a las paredes de la gruta, intentando no pisar los rieles, hasta llegar a la salida. El cuidador me miró espantado, me tomó por debajo de los brazos y me arrancó de ahí.


Yo estaba pálido, llorando y en estado de pánico. Debía parecer que todos los monstruos del tren fantasma eran reales y aún me estaban persiguiendo.


Bueno, llegó mi padre, me calmaron, me dieron un algodón de azucar y una veintena de fichas gratis que no quise usar.


Pero recuerdo esta anécdota por una razón precisa. Cuando caminé sólo por la gruta del tren fantasma tuve acceso a otro mundo. Un mundo de terror, de desamparo, donde las cosas eran por completo distintas a las del mundo que yo conocía. Y muchas veces en mi vida, ya de adulto, me ha tocado transitar situaciones en las que soy nuevamente ese niño que camina solo por el costado de los rieles del tren fantasma, rodeado de monstruos y sin saber cuáles son las reglas de la oscuridad." (pp. 9-11).


(Muchas gracias a Tania, de 7 años, que me dictó la cita... fue un grato momento para mí).

1 comentario:

  1. No tengo la menor idea de cómo sea el resto del libro, pero creo que el último párrafo de la cita que usted nos comparte paga el costo de la obra.
    Gracias por compartirlo, Doctor Lazarus.

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