Es curioso cómo hay cosas que mi mente cree saber y después encuentro que su significado profundo, que no se encuentra en la mente, sino en los sentimientos, no lo había captado. Llevo mucho tiempo diciendo (probablemente lo leí o lo escuché antes de empezar a decirlo) que un instante de luz vale por la oscuridad eterna. Pero hasta últimas fechas he logrado entenderlo bien. Creo que logré entrar a su lógica cuando lo empecé a relacionar con las lineas de Joaquín Sabina que dicen "al lugar donde has ido feliz - no pretendas tratar de volver".
Es cierto: la felicidad vale todo el dolor que pueda acarrear perderla. Un segundo de gozo absoluto vale llorar por no tenerlo ya el resto de la vida.
Al menos, así lo veo hoy.
Ciertamente es un asunto complejo, con muchas aristas. A veces, lo que nos hizo felices en un momento de la vida, de repetirse, ya no nos haría igual de felices, sin embargo, cargamos el resto de la vida con la pinche infelicidad que nos causó perderlo y la obligada pregunta: ¿VAlió la pena? La vida se rehace y deshace cada instante, transformándonos, moldeándonos, construyéndonos y destruyéndonos. Las luces suelen apagarse, las farolas quemarse. La oscuridad ni se funde, ni se paga, ni se apaga, ni hay que cambiarle bombillas, simplemente está. En algunos seres humanos es como una marca de nacimiento... Pero no es tan mala, después de todo.
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