Tengo muy mala memoria ecoica y episódica. Básicamente, eso significa que no retengo los hechos como sucedieron, si no tienen una significancia específica en mi sistema de conocimientos. Por poner un ejemplo, no recuerdo dónde o cómo fueron las bodas de mis hermanas (aunque sé que fui a las tres). Otro ejemplo: me costó un esfuerzo endemoniado aprenderme las tablas de multiplicar en primaria, y aún ahora, la del 7 no me la sé, sino que la construyo cada vez que la necesito.
Tener una memoria así de mala en esos aspectos, tiene muchas desventajas (sobre todo, sociales... por ejemplo, veremos si mis hermanas no me reclaman por esta entrada de blog). También tiene unas poquitas ventajas:
- Me maravillan cosas que supuestamente ya sabía, cuando me las cuentan.
- Algunas ideas por las que ya pasé, al escucharlas de nuevo (pero como si fueran nuevas para mí) me dan doble chance de valorarlas desde cero. A veces mis dos opiniones coinciden (lo cual las refuerza) y otras, difieren. En estos casos, soy más prudente para evaluar con más cuidado esas ideas en su segunda vuelta.
-Estoy obligado a conocerme muy bien, para poder reconstruir mi conducta en el pasado. Si alguien me dice "nos vimos en el antro tal, mientras contabas un chiste de excusados", sé que miente, pero no porque lo recuerde distinto. Si me dice "nos vimos en la casa de un nerd, y contabas un chiste de monjas" la historia es totalmente verosímil.
Ideas, cuentos breves, pseudopoesía, diálogos de la vida real, preguntas. Todo calientito y listo para llevar.
miércoles, 27 de enero de 2010
domingo, 17 de enero de 2010
Múltiple
Con el apuro de terminar un informe, reconozco al mismo tiempo algunas ideas lúdicas: quisiera estar jugando un juego de video. Al fondo, está el tapiz de mi hambre, que me recuerda que soy tan biológico como la hermana planta, o el hermano chimpancé. Están constantemente taladrando algunos recuerdos, algunos incluso inventados, recuerdos de lo que no fue. Hay imágenes de fantasías y realidades bellas. Rajaduras en mi sistema cardíaco y luces en mi cerebro.
Hoy me reconozco uno y múltiple. Al menos en este momento, siento que comprendo a Walt Withman. Entender que no todas las voces que gritan dentro de mí gritan lo mismo, ni quieren lo mismo, me permite ser más flexible conmigo mismo. No buscar a fuerzas la coherencia interna, sino sólo en aquello que lo requiere porque yo así lo decido.
Incluso puedo permitirme escribir esta entrada de blog tan dispersa.
viernes, 8 de enero de 2010
Primeros días de trabajo
En estos primeros días de trabajo, que además han sido de mucha lluvia y frío, uno se pregunta si Kundera en realidad no quiso decir más bien La insoportable fugacidad de la vacación.
martes, 5 de enero de 2010
Sobre dos canciones del Beatle George
Pablo, de 10 años, causó mi más reciente ataque repentino de risa ayer.
Estábamos escuchando "If I needed someone", de los Beatles y él comentó:
-Es como "While my guitar gently weeps", pero más ranchera.
(aún me da risa recordarlo).
Estábamos escuchando "If I needed someone", de los Beatles y él comentó:
-Es como "While my guitar gently weeps", pero más ranchera.
(aún me da risa recordarlo).
sábado, 2 de enero de 2010
Lo que es la vida y lo que no es la vida
Este era un bibliotecario que se preciaba de conocer todos los libros de su biblioteca. Cuando uno se acercaba y empezaba a balbucir un título, él, con eficiencia y suficiencia, recitaba el título completo, correcto y el autor. Y acto seguido enviaba a alguno de sus subordinados por el libro, o informaba al solicitante que las 3 copias estaban prestadas.
Y eso que su biblioteca era muy grande. Él era el director.
Pero este hombre tan culto tenía un secreto: no le gustaba leer. Jamás leía por placer ni las novelas, ni la historia, ni las matemáticas, ni la filosofía. Ni los comics del periódico, para acabar pronto.
Pero como sabía el título y el nombre del autor de más de 30,000 volúmenes, la gente lo respetaba por su conocimiento y capacidad. Rara vez tuvo que salir del paso demostrando que sabía lo que contenían los libros. Era listo y repasando la lista de títulos de un mismo autor, deducía por dónde iba la obra, así que esas pocas veces logró conservar su estatus de erudito ante la gente.
Lo cierto es que era como un mesero, que va a la fiesta pero no se divierte, sino que presenta canapés y vino. Un estudioso del zen tal vez diría que era como un pez que no sabía lo que es el agua.
Él se consolaba creyéndose como Beethoven, que podía componer pero no escuchaba su propia música.
Pero se equivocaba. El bibliotecario se equivocaba mucho con esa comparación.
Y eso que su biblioteca era muy grande. Él era el director.
Pero este hombre tan culto tenía un secreto: no le gustaba leer. Jamás leía por placer ni las novelas, ni la historia, ni las matemáticas, ni la filosofía. Ni los comics del periódico, para acabar pronto.
Pero como sabía el título y el nombre del autor de más de 30,000 volúmenes, la gente lo respetaba por su conocimiento y capacidad. Rara vez tuvo que salir del paso demostrando que sabía lo que contenían los libros. Era listo y repasando la lista de títulos de un mismo autor, deducía por dónde iba la obra, así que esas pocas veces logró conservar su estatus de erudito ante la gente.
Lo cierto es que era como un mesero, que va a la fiesta pero no se divierte, sino que presenta canapés y vino. Un estudioso del zen tal vez diría que era como un pez que no sabía lo que es el agua.
Él se consolaba creyéndose como Beethoven, que podía componer pero no escuchaba su propia música.
Pero se equivocaba. El bibliotecario se equivocaba mucho con esa comparación.
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