viernes, 10 de junio de 2011

Lo perdido y lo encontrado

Cuando somos niños y tenemos aún que entender cada cosa de este complicado mundo, a veces comentemos errores. Al llegar anoche a mi casa, me enteré de que un@ de mis hij@s había tomado un objeto de un compañer@ de clase (eso sí, creo que con permiso), y tras dos semanas, no lo había devuelto. Me enteré también de que no lo encontraba, por más que lo buscaba por todas partes, y que en su desesperación, había ofrecido un objeto que le parecía similar, junto con dos pesos, para tratar de reparar el daño. Pero el objeto tenía cierto valor, y la mamá del otr@ niñ@ pedía que se devolviera. Yo me imaginé rápidamente la angustia a lo largo de las dos semanas, y sobre todo, el hecho de haberla pasado a solas, sin tratar de que la familia ayudara a buscar el dichoso objeto.


Me enterneció lo de los dos pesos. Me di cuenta de lo atolondrado y cándido que puede ser un niño. Creo que el objeto que se ofrecía junto con los dos pesos, era uno de los objetos favoritos, así que debe haber habido cierta desesperación por resolver el asunto.


Como todo esto no me dejaba dormir, decidí hacer una lista de "lugares improbables". En ocasiones anteriores en que se han perdido cosas, he tenido la suerte de encontrarlas buscando donde nadie busca, en esos lugares improbables. Así que recorrí mentalmente la casa, pensando en sitios que nadie hubiera pensado en revisar. Mi lista era:


Debajo de los cojines de los sillones de la sala
En los compartimentos del coche
En el cajón del tocador que nadie abre porque está lleno de todo lo que no se sabe dónde guardar
Tras el tocador
Junto a la bocina que está junto al tocador
Bajo la cortina que está junto a la bocina junto al tocador
Bajo la almohada del hij@ que perdió el objeto
Tras el colchón y la almohada del mismo
Bajo las camas
Entre los zapatos, en el closet
En las puertitas de mi buró
Bajo el librero en forma de trenecito
En el closet del baño rojo
en el closet del fondo del pasillo
En la mochila del niñ@ de marras
En la ropa del niñ@ de marras


Tras terminar mi lista, me di cuenta de que tenía una descripción somera del objeto, pero en realidad no me figuraba cómo era. Pensé en preguntar al día siguiente, al despertar, exactamente cómo era. A lo mejor lo había visto en mi revisión nocturna (no creas que sólo hice la lista) y no me había dado cuenta de qué era. Me fui a acostar tarde, y le pedí a mi mente que escaneara sus recuerdos de ese tipo de objetos en las últimas 2 semanas, para tener el superpoder de encontrarlo por la mañana.


Al despertar, me informaron que el objeto era plateado y tenía una estrella así y asá. Entré al baño (para seguir mi secuencia habitual de bañado). Abrí el closet del baño. Levanté una cajita. Ahí estaba el objeto tan buscado.


La cara de mi hij@ al despertar y ver el objeto en mi mano fue un poema.


Con mucha seriedad, le dije que había tres lecciones que no había que perder, en esta difícil situación: 

  1. no adquirir responsabilidad por objetos de los demás, innecesariamente (de manera que no hay que llevarse, ni aunque nos los presten, objetos de los demás, a menos que sea muy necesario)
  2. apoyarse en su familia cuando tenga un problema
  3. dejamos la tercera para que tú, oh hipotétic@ lector@, la cocines por tí mism@.
¿Yo? Yo pasé el resto de la mañana silbando en mi mente una canción de Keith Jarrett (el Blues del Paris Concert).