martes, 24 de mayo de 2011

Muerte, amor, sabiduría y... zombies



Terry Pratchett "descubrió" el Mundodisco en 1983. O quizá unos pocos años antes, y debiera yo haber dicho que nos lo descubrió en ese año. En ese lugar a la orilla de la realidad, tan parecido a un mundo medieval de fantasía heroica, y también a nuestra Tierra en una época posmoderna, Pratchett nos cuenta historias extremadamente originales y divertidas. Los primeros 10 libros de la serie (que ya va en los treinta y tantos libros) tienen subidas y bajadas. Algunos me parecieron francamente olvidables al momento de llegar al punto final (Rechicero, Eric). Alguno me pareció memorable no sólo por divertido y original, sino porque tenía algo más en el fondo (Ritos iguales, Pirómides, Brujerías). Algo valioso.


Quiero aclarar que estoy hablando, hasta ahora, sólo de los 10 primeros libros. Pratchett ya mostraba gran oficio, desde El color de la magia, para trabajar las metáforas, las situaciones muy enredadas de manera muy clara, las descripciones de lo indescriptible y las sensaciones humanas. Pero algo me faltaba. Yo había leído primero el fantástico libro 12 (Brujas de viaje) y luego el 26 (Ladrón del tiempo) y ambos me parecían entrañables, maravillosos. Pensaba tras leer los 10 primeros que tal vez me había cansado la textura del Mundodisco y por eso no estaba apreciándolos, al decidir leer en orden la saga. 


O tal vez Pratchett estaba madurando como escritor.


El caso es que acabo de terminar el libro 11: El segador. Es una historia que avanza por rutas inimaginables que incluyen a los conocidos magos fatuos de la Universidad invisible, La Muerte, un pueblo de granjeros bailadores, mujeres-lobo, lobos-hombre, algo que debía ser un íncubo o un súcubo y en realidad era hombre-un-cubo, una medium tirando a talla pequeña, un zombie, un sargento de la guardia nocturna... todo en el gran escenario que se despliega a lomos de Gran A'Tuin, la tortuga de escala cósmica, todo cerrándose en un círculo al final de la historia que me dejó sin habla, conmovido, sintiendo que toqué de nuevas maneras ideas viejas, que me volví, con suerte, un poquito mejor.


Me gusta pensar que algo le pasó a Terry Pratchett en 1991. Algo maravilloso que hizo que dejara de ser sólo un escritor original, divertido, irreverente y con gran oficio, y se convirtiera en un escritor sabio y bondadoso. Sin perder sus cualidades previas, como las verduras hervidas el tiempo correcto.


Ya me estoy saboreando la relectura de Brujas de viaje, a 12 años de haberla leído por primera vez. ¿No es maravilloso el mundo?

sábado, 21 de mayo de 2011

El fin del mundo

Esta mañana, recordábamos que se había dicho tontamente que hoy sería el fin del mundo. Al mencionarlo, Tania, de 9 años, salto diciendo: pero eso va a ser después del boliche ¿verdad? (estaba emocionada porque iríamos al boliche esta tarde).

miércoles, 4 de mayo de 2011

La princesa, los bombones y el concurso de aviones

Pasé mucho tiempo sin escribir en este blog. Cosas que pasan, ya sabes. Pero decidí volver, y buscaba un tema que fuera especial para reiniciar. Por eso, te voy a contar sobre mi abuelo Enrique, y un cuento que "heredé" de él.


Mi abuelo Enrique era gran lector, y una persona apacible. Desde que yo era bastante pequeño, recuerdo que muchos familiares decían que me parecía a él, creo que en esos rasgos. Desafortunadamente, no tuve mucha oportunidad de profundizar con él en nuestra afición común: cuando él murió, yo era un niño que empezaba a leer. Tal vez buscando conocerlo más, o sólo por afición a los libros, me aficioné a mirar, y en algunos casos leer, los libros de su biblioteca. Sin darme cuenta, estaba conociendo una parte privilegiada de mi abuelo: sus gustos en lectura. Si pasas una vida leyendo, al final tu biblioteca, los libros que decidiste conservar, dicen mucho de ti. Por mi abuelo conocí a Giovanni Papini, a José Agustín, a Antoniorrobles.


Muchos años después, cuando la biblioteca de mi abuelo ya no existía, mi mamá tomó un taller de cuenta cuentos, y me pidió que le sugiriera algún cuento para relatar en su siguiente sesión. Recordé un cuento de Antoniorrobles justamente, aparecido en el número dos de la revista El cuento (primera época, julio de 1939, si mal no recuerdo), llamado La princesa, los bombones y el concurso de aviones. Le mostré a mi mamá el ejemplar de la revista, diciéndole que había pertenecido a mi abuelo, y ella preparó el cuento para su sesión de taller. Mi mamá me contó después que al contarlo se llenó de emoción, porque se dio cuenta de que era un cuento que leyó y conservó su padre por muchos años, y que tras otros tantos su hijo le sugirió que lo contara. Ese cuento es una especie de vínculo, con ese abuelo que no pude conocer bien, y por supuesto, también con mi madre. A mí me emociona cada vez que lo releo.


Pensaba transcribirlo aquí, porque creía que no había versiones digitalizadas de él. Sonnyluna (a quien le agradezco mucho) me mostró que el Proyecto Cervantes cuenta con una versión que puede leerse y descargarse aquí. Espero que lo leas y lo disfrutes. Me parece que la idea central sigue siendo vigente y apremiante.


Y este soy yo, diciendo que he regresado a escribir en este blog.