viernes, 29 de enero de 2016

An-dresses

Las cosas eran así:

Cada vez que Andrés tomaba una decisión, el universo se dividía en dos nuevas versiones (si la decisión era sí o no) o en más, si la decisión podía tomar varias rutas distintas. En cada universo vivía un Andrés que había tomado una decisión diferente, y ningún Andrés era consciente de todo esto. 

Muchos Andreses morían. De muchas maneras. El ejemplo más claro que se me ocurre es el de cruzar la calle. El mecanismo era así: Andrés se acerca a la esquina y ve los automóviles acercarse. Decide esperar, porque parece que esa camioneta blanca viene demasiado rápido. Pero el Andrés del universo paralelo piensa que sí le da tiempo de pasar. Y desaparece tras la colisión. Queda sólo un cuerpo que antes sustentaba la conciencia. Y la legión de Andreses disminuía. Aunque luego aumentara al haber nuevas decisiones, los Andreses que iban muriendo adelgazaban lo que podríamos llamar el colectivo de la andresidad.

Algunas veces, Andreses que se habían separado por una decisión previa, volvían a juntarse, como deltas de un río que primero van por su lado y luego reúnen nuevamente sus caudales. Por ejemplo, cuando Andrés cauto esperaba a que se pusiera el semáforo en rojo antes de cruzar pero luego alcanzaba, en la siguiente cuadra a Andrés intrépido que había atravesado antes del semáforo, pero se había detenido a amarrar su agujeta (que se desamarró en la precipitación por correr). Estas reuniones y des reuniones de los Andreses a veces hacían que la andresidad colectiva se sintiera más o menos fuerte.

Pero con el tiempo, eran más y más los Andreses que morían. Cada vez era más difícil evitar decisiones que llevaran de una u otra manera a la muerte. Y la andresidad colectiva se sentía cada vez más débil. No es fácil tomar decisiones que te mantengan vivo hasta los 98 años. 

Un día, el último Andrés tomó una decisión binaria. Ambos caminos llevaban al polvo. Y al polvo volvió. 

jueves, 21 de enero de 2016

Lentes históricos

A la hora de la comida fui a la óptica donde había comprado mis lentes anteriores. Como uno de ellos se rompió, me pareció buena idea hacerme un nuevo examen de la vista y que las nuevas lentes las montaran en el armazón que tengo, pues el que me lo vendió (me sigue pareciendo caro) me dijo que era de titanio y que iba a sobrevivir "más que yo". 

Por lo pronto, el armazón sigue funcional. Así que fui al examen (después de más o menos un mes de no usar los lentes, desde que se rompieron) y me sorprendieron 3 cosas:

  • Ya no trabaja ahí el señor que me dijo que iban a sobrevivir más que yo mis lentes
  • Hace más tiempo del que yo creía que fui esa vez: 2007
  • Mi graduación no ha cambiado
Sentí que los lentes eran una ventana al tiempo. Algo del tipo: ahí están, ahí están, viendo pasar el tiempo: los lentes de Alcalá.

Luego pensé si ya irá a haber patinetas voladoras para la próxima vez que vaya yo a esa óptica...